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15/4/08

Una historia de arrepentimiento y victoria


Católica de domingo, como lo he sido gran parte de mi vida, decidí vivir de principio a fin la Semana Mayor. Este es un recorrido por las celebraciones.

Iglesias abarrotadas de fieles que se creían perdidos, calles recorridas por crucificados, muertos y resucitados, y el aroma de las empanadas de chiverre tentando a romper con el ayuno y la abstinencia, marcan la rutina esta semana. Los colores cambiantes del altar y el redoble monótono del tambor nos conducen a la noche de mayor alegría para la Iglesia.

El rey

La interminable fila de automóviles en la carretera de San José a Puntarenas, parecieran no tener nada que ver con el grupo que se ha reunido en el asilo de ancianos de Atenas para acompañar una entrada triunfal.

Es domingo de ramos y a la procesión le hacen falta de los fieles acomodados en las mejores bancas del templo. Familias con niños y un montón de ancianos cuentan haberse hecho presentes "por devoción y tradición".

No son miles, pero cargan en alto al avanzar ramas de palma bendita que ha de adornar las puertas de sus casas por el resto del año. Y aunque creen que la cruz de palma los protege de de todo mal, todavía hay entre los devotos quién duda si participará en los demás ritos de la semana.

La música festiva de la cimarrona alienta el espíritu de todos. Los más pequeños miran con curiosidad los vestidos de los doce apóstoles o el rostro serio de un viejo al que su mamá llama san Pedro.

El camino se hace corto entre el batir de palmas y la contemplación divertida de los niños que caminan de la mano de sus abuelos. No se puede saber a ciencia cierta quién lleva a quién.

La iglesia, llena como la he visto pocas veces en mi vida, irrumpe en aplausos cuando la imagen de Jesús ingresa. Afuera, el descenso hacia las playas todavía está muy lejos de terminar.

Como si fuera la última vez

"Yo no he tenido una Semana Santa libre en nueve años". El padre José Manuel responde con humor a la queja de trabajo en la semana santa. Cenamos en un restaurante chino el martes a eso de las once. El cansancio es obvio en su cara. No hay fechas más agitadas para un sacerdote que estas.

Falta un cuarto de hora para que arranquen las confesiones del lunes y ya hay seis bancas repletas de personas esperando ser reconciliadas.

No importa si es una iglesia en un pueblo como Atenas o una en el centro de San José, la escena es la misma: filas apretadas de personas en silencio y actitud reflexiva. Por las inusuales multitudes en las iglesias se podría pensar que el lunes, martes y miércoles son la última oportunidad para convertirse. Con confesiones que se extienden de nueve a nueve, estos tres días saturan con pecados los oídos de los sacerdotes.

Mientras se afinan los detalles para el monumento del sacramento de la eucaristía, la gente cumple su penitencia de rodillas mientras otros entran y tantean con la vista la fila que los saqué de ahí más rápido.

"Os he dado ejemplo"

Es jueves en la noche. Me dirijo a uno de los momentos más significativos de la semana. Hoy ha comenzado el santo triduo pascual, la memoria de Jesucristo muerto, sepultado y resucitado.

El ambiente se torna cada vez más silencioso y sombrío. Casi todo Atenas se ha detenido. No hay buses que salgan del pueblo y las cantinas y tiendas se han cerrado.

La falta de transporte no ha espantado a todos los que con la ilusión de observar de un gesto tan poco común como el lavatorio de los pies, han colmado nuevamente las bancas

Los apóstoles rodean el altar púrpura y aguardan el momento en que el clérigo, a imitación de Cristo, ciñe su túnica y con humildad lava los pies a sus hermanos. Los más chicos se sorprenden e intentan capturar en fotografía el momento en que la figura se doblega y besa los pies a sus amigos.

Con la invitación de amar al prójimo como a uno mismo flotando en el aire, el altar se desnuda. Las velas se apagan, las imágenes se cubren y el sagrario queda vacío. La eucaristía, que los católicos consideran como el cuerpo y la sangre de Cristo, deja su lugar especial en las iglesias y espera la noche del sábado.

Como los apóstoles acompañaron a Jesús en el huerto las personas velan al santísimo. Pero como los apóstoles muchos se alejan y lo dejan solo, otros se duermen y los demás emprenden el camino con las imágenes del Nazareno, la Virgen Dolorosa, san Pedro y san Juan.

La vía del amor

Esta mañana casi todo se ha vuelto mudo. Aunque nadie lo diga la música y el ruido están prácticamente prohibidos. Y hay momento en donde el silencio resulta perturbador.

Al frente de iglesia hay un madero, una cruz solitaria. Nadie se acerca a ella, pero a nadie del pueblo parece extrañarle. Un puñado de turistas espera en primera fila cámara en mano. Es como si esperasen a que el momento de sus vidas pase frente a ellos.

Avanzo por la calzada, me encuentro en las esquinas muchas réplicas más de la cruz. Hace calor y por un momento me arrepiento de haber sacrificado el desayuno.

Al rato tropiezo con mujeres que parecen salidas de otra época. A lo lejos se escuchan los cantos solemnes y apagados del vía cruxis. El recorrido por las 14 estaciones de dolor que vivió Cristo, desde el huerto hasta la muerte.

A mi me parece un camino en que Jesús va dejando pedazos de sí. Es la vía del amor que permite a los fieles vivir junto a él su pasión.

La penúltima estación es el clímax para los obturadores de los turistas. Se apresuran a capturar en imágenes los más ínfimos detalles del rito.

Marjolaine, la simpática canadiense a mi lado se siente transportada al pasado, "Esto parece Canadá en los años cincuenta. Cuando yo estaba joven y teníamos procesiones así".

Son las tres de la tarde. El altar continúa desnudo. En todas partes del mundo un sacerdote vestido de rojo se postra en el suelo rendido ante la mesa ceremonial. No hay cantos ni música pero la iglesia entera se pone de rodillas. No hay velos ni lágrimas, pero muchos visten colores de luto, como si asistieran a un funeral.

Los rostros se visten de fervor al escuchar "y con un suspiro entregó el espíritu". Minutos después una línea interminable de creyentes se acerca y besa con cuidado la cruz.

Ya todo está preparado para el fúnebre del desfile. Me sorprende la presencia de Juan Diego, un joven de 16 años, en los caballeros del Santo Sepulcro. "Quiero ser una motivación para los jóvenes que han dejado perder estas tradiciones".

Un grupo de hombres de blanco y negro cargan con el féretro de cristal hacia el caluroso atardecer ateniense.

El canto de victoria

Una hoguera ardiente es el inicio de la noche de júbilo para el cristianismo. Jóvenes y niños curiosos, se reúnen como yo en torno al fuego de la parroquia de San Pedro. La intención es proclamar con el cirio pascual a Jesús como luz del mundo.

La iglesia que aguardaba completamente a oscuras, se va llenando de luz lentamente cuando amigos, hermanos y desconocidos comparten la llama de los cirios.

La voz potente de un barítono que entona con pasión el Pregón Pascual, nos anuncia poco después la derrota del Hades, el triunfo de la resurrección. A la luz de velas es verdaderamente sobrecogedor el momento en que los presentes cantan al unísono: "Esta es la noche en que Cristo ha vencido la muerte y de los infiernos retorna victorioso".

La estremecedora sensación no se apodera solo de mí. "En mis 9 años de ordenado el momento más significativo y hermoso, el que más me ha marcado es el del Pregón Pascual. Uno puede disfrutar todo el gozo y la alegría de la celebración que se está viviendo", confiesa José Manuel.

Después de escuchar del antiguo testamento siete promesas de salvación de Dios a su pueblo, el altar se inunda de flores y música.

¡Luces! ¡Incienso! La iglesia entera se aviva mientras el Gloria, del cual la iglesia se ha desprendido por 40 días es elevado al cielo. La imagen del resucitado se descubre y todos los ojos se vuelven a Él. La ovación es tan fuerte que por un minuto resulta imposible distinguir las palabras de cualquiera.

A partir de aquí la alegría no se esconde. Es una locura, por lo menos para cualquiera que entienda lo que ha pasado. Aplausos, jóvenes que agitan las manos en el aire como si estuvieran en un concierto de rock y un presbítero que se pone a bailar delante de todos al escuchar "Grande es el amor de Dios".

"Cristo ha resucitado." "¡Verdaderamente ha resucitado!" Los saludos de pascua se cruzan en el aire a eso de la medianoche. La ceremonia ha concluido. La victoria se ha dado. La pascua ha llegado y se prolongará por semanas enteras aunque el fervor y la alegría de muchos se queden en la iglesia esa misma noche.

Sofía Guerrero A.

2 comentarios:

Andrea dijo...

Al ser una crónica de toda una semana me parece muy bien el uso de subtítulos porque hace más fácil seguir la lectura y no perderse en el tiempo.
Me gusta el uso de la primera persona porque da un sentido de proximidad que permite que sea fácil imaginarse lo que está pasando.
El relato del Sábado Santo que el que me hizo sentirme en el lugar, ya no tuve que imaginarme porque sentí que lo estaba viviendo, la manera en la que está redactado muestra lo que se vivió ese día.
La redacción en general me pare bien, bastante fluida, quizá solo faltó describir un poco más cómo es Atenas, para que los que no conozcan puedan situarse en el lugar.

Otra excentricidad dijo...

Como buena novelera que soy (en términos de libros, NO de televisión) el título me llamó mucho la atención.¡Qué jugosa la palabra arrepentimiento!

Me gustó también la bajada. Siento que abre un buen campo para identificarse con ella.

Igualmente, me parecen apropiados los subtitulos para ubicarse y dar espacios entre un evento y otro.

El contraste con Atenas es bonito también, permitiendo hacer una comparación. Y me gustó escuchar al Padre contar acerca de sus feriados, o más bien, la ausencia de ellos.